Sobre la película, por Nicolas Philibert
En la primavera de 1991, cuando me enteré de que la Galería de Zoología, que llevaba un cuarto de siglo cerrara al público, iba por fin a ser restaurada, inmediatamente me entraron ganas de hacer una película sobre las obras que, sin duda, serían distintas a todo lo realizado hasta el momento: obviamente iban a restaurar el edificio, iban a reproyectar completamente la escenografía y la forma de presentación de los especímenes y a adaptarla a los conocimientos actuales… pero lo más importante es que iban a restaurar una parte de sus fabulosas colecciones, cientos de piezas de los millones de animales disecados que los investigadores de antaño, viajeros naturalistas, habían traído de todos los rincones del planeta y acumulado durante más de dos siglos.
Durante meses, en el secreto de los talleres y de los laboratorios, iban a desempolvar, recoser, vendar, remendar y repintar a los internos de la Galería que, tras 25 años de abandono, estaban bastante ajados.
Una de mis películas anteriores, La ciudad Louvre, ya había explorado la trastienda de un gran museo… Pero esta vez se trataba de entonar una especie de himno a la diversidad del reino animal, en el cual mamíferos, peces, pájaros, moluscos, insectos, anfibios y reptiles compartirían el estrellato, relegando así a los humanos (naturalistas, museólogos, arquitectos y taxidermistas) al rango de meros valedores.
Pero para filmar esas colecciones primero teníamos que familiarizarnos con cómo estaban y cómo están conservadas: todo un sistema de cajas, paquetes, tarros, etiquetas, cajones, estanterías, montones, armarios, vitrinas, filas, compartimentos… Muchas divisiones y subdivisiones que nos recuerdan la noción de reino, clase, orden, género, familia, especie, subespecie y que ordenan el inventario de acuerdo a una jerarquía permanentemente actualizada, ya que, a decir de los especialistas, esta gigantesca tarea de clasificación, a la cual Linné dio las bases modernas hace 250 años, está lejos de concluir su andadura. Supe entonces que cada año se identifican cerca de 7.000 especies o subespecies nuevas en el mundo, principalmente insectos.
Empecé a filmar extraños cuerpos silenciosos, inmóviles, inertes, esos animales muertos, convertidos en objetos, colocados para siempre en posturas que les dan una apariencia de vida.
¿Pero cómo dar un aspecto de vida a esos cuerpos que han perdido su sustancia y de los cuales sólo queda un envoltorio externo? Es obvio que habría que dar la impresión de que nos miran, ubicarse de tal modo que esos ojos inmóviles, muertos, que nunca parpadean ni desvían la mirada recobren una apariencia de intensidad. Sin embargo, no todas las especies animales se prestan a ello de la misma forma, muchas de ellas poseen un ojo a cada lado del cráneo y para poder crear la ilusión de una mirada es conveniente que los dos ojos estén en el eje de la cámara.
Además, habría que hablar de las posturas, de las poses, de las expresiones en las que los especímenes han sido inmortalizados y que nos revelan tantas cosas sobre la visión que el hombre tiene de la naturaleza. Al examinarlos atentamente podría surgir una Historia de la taxidermia que revelaría la existencia de modas, corrientes, estilos… pues es muy cierto que la representación que nos hacemos del mundo animal evoluciona a través de los siglos
La imagen clásica del león, posando en una postura agresiva y guerrera, con la boca abierta, los colmillos acerados y un antílope entre las garras hace sonreír a los especialistas de hoy; si ellos tuvieran que disecar ese tipo de espécimen, seguramente optarían por darle una expresión más neutra. El antropocentrismo ha perdido un poco de arrogancia y la idea de la evolución se ha ido imponiendo paulatinamente. Gracias a los descubrimientos conjuntos de la paleontología y de la biología molecular, ahora sabemos que todos los seres vivos que existen o que existieron pertenecen a un único árbol genealógico, que proceden de una misma filiación, en la cual se inscribe también la especie humana. Por consiguiente, esta película no es más que un retrato de familia, ya que, del dromedario a la tarántula, todos los animales son nuestros primos lejanos.
Pero, que nadie se llame a engaños, yo no pretendía exponer ningún conocimiento científico. No hay explicaciones ni entrevistas, esta película propone un distanciamiento, es la mirada divertida y fisgona de un cineasta, como si hubiera penetrado en esos lugares mediante efracción. Esboza el punto de vista de un aficionado a los sueños, cautivado por la extrañeza y la emoción que transmiten esos cientos de animales inmóviles que los sabios de entonces reunieron y que los científicos de hoy conservan como tesoros.
Además, Un animal, animales, nos remite a los orígenes de la vida, a una escala distinta: la de los tiempos geológicos, que se expresan en centenares de millones de años.